Ya no está, no hay
peligro, el Ébola ha vuelto a su casa, que por supuesto no es ni es, ni
pensamos que sea la nuestra. Allí en África, donde el dolor no nos llega y por
lo tanto el miedo tampoco, donde nos da lo mismo que los trajes de protección
sean buenos o malos, largos o cortos, allí se queda el Ébola, la angustia, el
luto, la desesperación y la impotencia.
Nuestro primer mundo
tiene bastante con la corrupción, las guerras y ahora, las elecciones cargadas
de promesas, insultos y descalificaciones.
Resulta demasiado fácil
desenganchar el tema de las primeras páginas de periódicos, telediarios y
tertulias radiofónicas, tanto como quitarse con la mano la caspa que cae en el
hombro o en la solapa de la chaqueta, porque no me negarán que somos bastante
casposos encerrados en nuestras cuitas, viendo cómo apretar más el cinturón de
los más débiles y ensanchar la distancia con quienes crecen cada día más en su
riqueza al margen de su origen, sin explicaciones.
No estaría mal que hoy día 23, al menos, echáramos la vista a un pasado reciente que nos tuvo al
“mundo desarrollado” temblando de miedo, para entender y atender que África
sufre la penalización que conlleva la pobreza, destroza vidas, vacía de
miembros las familias, quebrando la esperanza y por lo tanto futuro.
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