Hemos vivido con estupor la
brutalidad de los asesinatos de París, igualmente hemos visto a cientos de
miles de personas manifestarse en la capital francesa y en otras muchas
poblaciones del país vecino. Muestras la una y la otra de desequilibrio y
fanatismo por una parte y de defensa de la libertad de expresión y unidad ante
el horror.
Pero este es el momento también, de los depredadores de la libertad, la
ocasión para que las xenofobias, racismos y todo tipo de exclusión, que
generalmente coincide con los menos agraciados por la fortuna; el momento de que
salgan a la palestra los restos renovados de la intolerancia, para vejar a la
población del islam, a quienes profesan otras creencias, tienen otro origen, o,
calzan color de piel diferente.
Desde una posición más
intestinal que reflexiva, se obvia que el islam es quien más sufre el
terrorismo. Tal vez desconocen los 2.000 masacrados por Boko Haram en Nigeria y
las múltiples matanzas que producen los yihadistas entre los musulmanes de
tantos países. Quienes entienden que es
el momento para instigar a quienes tienen como
afición pintar sinagogas o mezquitas, no es que hayan perdido el norte, es que
ocultan sus grandes capacidades de humanidad, empatía, solidaridad, etc. Seguro
que las tienen.
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